Historia de la ciudad de Guadalajara
Guadalajara, ciudad y municipio de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, capital de la provincia que lleva su nombre, está situada en el centro de España, al nordeste de Madrid, en un extremo del Corredor industrial del Henares y en la ruta que lleva de Madrid a Zaragoza y Barcelona.
La ciudad, entre 675 y 710 m de altura sobre el nivel del mar, se emplaza en la divisoria que forman los ríos Henares y Tajuña, entre dos comarcas naturales, la Campiña, al noroeste, y la Alcarria, al sureste.
El municipio ocupa una extensión de 234 km2. En 2009 cuenta con más de 83.000 habitantes.
Guadalajara fue fundada por los árabes, entre el siglo viii y el ix. De esa época se cree proviene su nombre, del árabe andalusí «wād al-ḥaŷarah» (واد الحجرة o وادي الحجرة) dado al río Henares. En sus cercanías había existido un emplazamiento romano, cuyo nombre, Arriaca, puede tener el mismo significado. La ciudad alcanzó cierto esplendor en el siglo x, a pesar de su situación en un territorio que casi siempre estuvo en pie de guerra.
En 1085, Guadalajara fue conquistada por Alfonso VI de León, atribuido este hecho a Alvar Fáñez de Minaya. Desde ese momento y hasta la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, la historia de la ciudad refleja el curso de las guerras contra los almorávides y almohades. En 1133 el rey Alfonso VII otorga el primer fuero a la población para regular la vida de su comunidad, estableciendo un conjunto de normas, derechos y privilegios y en 1219, Fernando III lo amplía concediendo el fuero largo a la ciudad. Posteriormente la protección del rey Alfonso X aseguró el desarrollo económico de la población, mediante la defensa de sus comerciantes y la autorización de sus ferias y mercados. En la segunda mitad del siglo XIV se estableció en Guadalajara la familia de los Mendoza que con su posterior ascenso trajo consigo el de la ciudad. En 1460, el rey Enrique IV concedió a la población el título de ciudad. A lo largo del siglo XVI se logró una época de auge.
La crisis general del siglo XVII afectó especialmente a Guadalajara que con la marcha de los Mendoza a Madrid y junto a la quiebra y la despoblación, la continuidad de la ciudad se vio en entredicho. A comienzos del siglo XVIII y tras ser saqueada durante la Guerra de Sucesión, la ciudad vive su peor momento. Para intentar frenar esta situación Felipe V establece la Real Fábrica de Paños en la ciudad, que hasta principios del siglo XIX asegura el crecimiento de la población.
Los daños causados por la Guerra de Independencia y el cierre de la Real Fábrica de Paños en 1822, provocaron un nuevo declive en la ciudad. En adelante, hasta la segunda mitad del siglo XX, la ciudad se recuperó gracias a su función administrativa, como capital de provincia y sede de instituciones como la Academia de Ingenieros Militares o la Diputación de Guadalajara. El crecimiento, aunque lento, transforma la población, que alcanza los 11.000 habitantes en 1900.
La falta de desarrollo industrial limitó hasta bien entrado el siglo XX las posibilidades de la ciudad. Como en la mayoría del país, la Guerra civil y la época de posguerra fueron tiempos muy difíciles. En 1959, Guadalajara fue incluida en los planes de desarrollo como polígono de descongestión industrial de Madrid lo que provocó unas tasas de crecimiento importante de la ciudad y del denominado Corredor del Henares.
Que visitar
Guadalajara desde el Renacimiento ha sido una ciudad en la que se han asentado nobles e hidalgos, destacando fundamentalmente las familias Mendoza y Guzmán, entre otras. La primera fue una familia influyente en la Corte del Rey de Castilla. La segunda enriquecida con la conquista de América. Y ambas, y sus sucesivos linajes, construyeron en la ciudad varios palacios, unos más ostentosos y otros más modestos, y de los que todavía quedan ejemplos en la ciudad. Destaca sobre todos el palacio de los Duques del Infantado, obra civil cumbre del gótico tardío europeo y rematado en estilo renacentista. Fue mandado construir por el marqués de Santillana en el siglo XV bajo dirección de Juan Guas, y reformado en los años 1580. Dentro del palacio destacan el patio de los Leones y los salones del Duque, y junto a él, los jardines.
Otro palacio destacado es el de Antonio de Mendoza, construido a principios del siglo XVI con los planos de Lorenzo Vázquez y ampliado más adelante por mandato de Brianda de Mendoza para convento franciscano bajo dirección de Alonso de Covarrubias.
Original del siglo XVII es el Palacio de la Cotilla, aunque reformado en el siglo XIX por los Marqueses de Villamejor, padres del conde de Romanones. Estos dejaron en su interior el llamado Salón Chino, cuyas paredes están decoradas con papel pintado chino. Y del siglo XIX es el último gran palacio de la ciudad, el de la Condesa de la Vega del Pozo, diseñado por Ricardo Velázquez Bosco sobre un antiguo convento del siglo XVI, y que se caracteriza por su eclecticismo y por el color amarillento de sus muros exteriores.
Arquitectura religiosa
Del Renacimiento del siglo XVI y del Barroco del siglo XVII, coincidiendo con el esplendor nobiliario de Guadalajara, son la mayor parte de las iglesias antiguas de la ciudad, como la iglesia de San Ginés (siglo XVI), la iglesia de San Miguel (siglo XVI), de la que tan solo queda en pie la Capilla de Luis de Lucena, o la iglesia de los Remedios (siglo XVI), parte de un antiguo convento y actual aulario de la Universidad de Alcalá. De este período son también los conventos de San Francisco (siglo XIV), posterior fuerte fusilero y que alberga el Panteón de los Mendoza, realizado a imagen del Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial, de la Piedad, antes palacio de Antonio de Mendoza (siglo XVI); de San José, o de las Carmelitas de Abajo (siglo XVI), y el del Carmen (siglo XVII).
En el siglo XIX, la mecenas María Diega Desmaissières, condesa de la Vega del Pozo y duquesa de Sevillano, mandó construir en una finca de su propiedad al sur de la ciudad y bajo diseños de Ricardo Velázquez Bosco, su panteón, la Iglesia de Santa María Micaela y el Colegio de las Adoratrices, en honor a su tía Micaela Desmaissières.
En Guadalajara se encontraban también varias ermitas que han ido desapareciendo a lo largo del tiempo. Tan solo se conservan dos: la Rrmita de San Roque, en el parque al que da nombre y junto al panteón de la Duquesa de Sevillano, y la de San Sebastián, dentro del Palacio de la Condesa de la Vega del Pozo.